Imaginen por un momento una escena: unos niños pequeños jugando, sentados alrededor de una mesa, compartiendo momentos con sus progenitores, sin ondas electromagnéticas rodeando sus cabezas.
Entretodos
Parece una utopía, ¿verdad? Pues no, solo es cuestión de proponérselo. Se coge una baraja de cartas, de esas que todos tenemos en casa olvidadas en un rincón; oros, espadas, bastos y copas.
Se van repartiendo y el jugador que entre sus cartas tenga el cinco de oros, lo coloca en la mesa boca arriba. A continuación, el jugador de su derecha deberá continuar la jugada. Ha de colocar el seis o el cuatro de oros o un cinco de otro palo, y así hasta que un jugador se quede sin cartas.
A propósito, ¿no existe el día sin coches, el día sin ruido, el día sin... ? Pues desde estas páginas, reivindico un día sin cables, sin enchufes, sin prisas, y dedicarnos unas horas, en exclusiva, a los pequeños y a los mayores de la casa.
Durante ese rato, las preocupaciones o los problemas que todos arrastramos se quedarán fuera de la baraja, en un segundo plano, o quizás hasta en un tercero, o en un cuarto.
Brotará la concentración, la complicidad, y seguro que alguna que otra protesta. Y el típico tramposillo/a, que conociendo las reglas esconderá con sigilo las cartas con el cinco de cada palo. Pero eso, os lo aseguro, es lo emocionante de este juego.
Después, durante tiempo, seguro, escuchareis por casa: "¿Has hecho trampas? "No, yo no, has sido tú". La memoria de los pequeños se va construyendo con bellos momentos compartidos.
Ni retos, ni desafíos virales, (esos terribles challenges), con los que solo conseguirán romper alguna parte de su anatomía, o peor aún, acabarán dejándose la dentadura. Reivindico el 'Cinquillo' como patrimonio personal. ¿Quién se apunta a una partida?