Estoy leyendo numerosas reflexiones sobre la estancia en España del rey emérito. Las izquierdas radicales lo dejan verde, y las derechas extremas lo elevan a los altares. Yo tengo su misma edad, de aquí vienen el título de mi carta. Por lo tanto, todo el mundo entenderá que es una reflexión desde la experiencia que poseemos los octogenarios.
Entretodos
Los reyes y las reinas (pensemos en Reino Unido), al igual que todos los artistas de teatro y cine, los pintores, los concertistas, los escritores y muchísimas otras profesiones, no nos queremos jubilar. Otra cosa son los taxistas, los bomberos o los mineros, con profesiones muy duras que, al jubilarse, nadie extraña. El rey emérito, que en su residencia actual en Abu Dabi seguramente se aburre lo indecible, también añora su profesión de antaño. Por eso, yo entiendo perfectamente lo que está haciendo Juan Carlos I, un rey emérito que, además, es octogenario, padre y abuelo. Por lo tanto, al llegar a Sanxenxo ha sido feliz, no solo porque enseguida vio el mar y a su hija la infanta Elena, sino porque también oyó vítores y proclamas de sus compatriotas iguales a las que escuchó tantas veces cuando era el rey de España, y después, en Pontevedra, pudo abrazar a su nieto Pablo Urdangarin. ¿Tan difícil es entender eso?