Y ahí tenemos al señor Puigdemont acompañado por la señora Ponsatí, el señor Comín y un nutrido grupo de acompañantes cargando desde Perpinyà contra el totalitario e injusto Estado opresor (España, para entendernos).
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Se olvidan esas personas que gracias a las "represivas leyes del Estado opresor" han obtenido, contra toda lógica y sentido común, inmunidad parlamentaria europea. Desmemoriados y poco agradecidos.
Porque no ha sido la justicia europea, sino la española la que determinó, en base a nuestra legislación, no la europea, que unos prófugos podían presentarse libremente a unas elecciones.
Pero señores legisladores, ¿cuándo van a modificar esas leyes? Supongo, dada la acumulación de temas relevantes existentes en el Congreso, como la célebre mesa o Venezuela, que la duda continuará mucho tiempo abierta.
Y mientras, ahí tenemos a nuestros "políticos perseguidos" dando mítines en los que animan a sus fieles a alzarse contra el Estado opresor. Cuánto me recuerda eso, con perdón, a los charlatanes a aquellos predicadores que desde su cómoda poltrona, hundidos hasta el cuello en el pecado, exhortaban a sus fieles a cumplir el mandato divino justificando su propia actitud con un: "No copieis lo que yo hago, sino haced lo que yo os digo".
Que yo sepa, ni una sola palabra de agradecimiento dedicaron los organizadores a Pau Claris. Incomprensible porque fue él y sus compañeros quienes propiciaron con su política la caída de Perpinyà en manos francesas, que ya no pudo ser recuperada, lo que a la vez permitió que la ciudad acogiera los actos propagandísticos de Puigdemont y sus seguidores. Paradojas.