El pasado domingo, en el programa 'Lo de Évole' se emitió la entrevista con Nacho Vidal. Lo que me interesó fue la referencia que este hizo a la violencia en el porno. Hablando de su trayectoria, el actor dijo que llegó a un punto en que se negó a protagonizar escenas violentas. Según relataba, había tomado conciencia de que era un modelo y una excusa para jóvenes que agredían a sus parejas.
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Ese es precisamente el temor que reina últimamente en la opinión pública a raíz de los casos de violación a menores y por parte de menores. Los expertos estudian si el origen de las agresiones está en el acceso al porno de niños, que al parecer se inicia entre los 6 y los 12 años.
Algo habrá de esto cuando en Estados Unidos se apresuran a legislar contra ese acceso. Hace pocos días que el estado de Utah ha obligado a las webs de pornografía a verificar la edad de los usuarios en cada conexión. No puedo ni imaginar qué pasará por la cabeza de un niño de 6 años ante escenas como las que describía Nacho Vidal: el hombre abofeteando a la chica, estrangulándola o ahogándola en una taza de váter.
El actor exculpaba al porno. Responsabilizaba a los padres que entregan un móvil a su hijo pequeño, en lugar de censurar la violencia para que el niño no piense que es una interacción normal entre personas. Y sin duda, la prohibición es esencial, pero no suficiente.
Por eso, muchos docentes y psicólogos españoles están abogando recientemente por ofrecer en la escuela una educación sexual sin tabús. Porque, como en todo, la limitación no será efectiva si continúa existiendo la demanda. Ni en Utah ni aquí.
Creo que para disminuir la demanda es urgente que se pongan en marcha ambos debates: sobre la limitación del acceso a la violencia y sobre la educación sexual. Y sería una gran sorpresa si -por una vez- fuesen debates honestos, si no se convirtiesen (como tantos otros) en un arma política y de captación de votos. Nos estamos jugando mucho como sociedad.