Lo primero que afloró en mi alma cuando vi la foto de un sonriente y brutal transgresor republicano en el despacho de Nancy Pelosi con los pies sobre la mesa durante el asalto al Capitolio fue una profunda indignación. De inmediato recordé el suelo de la calle Gainsborough de Boston (EEUU), lugar en que yo vivía en el año 1958, llena de papeletas de propaganda para ir a votar. Ese mes de noviembre yo tenía 20 años, todos ellos vividos bajo la dictadura franquista y al llegar a Estados Unidos sentí una profunda envidia. El verbo 'votar' en España no existía.
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En Boston me enseñaron muchas cosas, pero sobre todo respiré durante dos años aires profundos y mágicos de libertad y democracia. Por eso, ahora, al ver varios símbolos americanos que en mi juventud usé y admiré (camiseta blanca Fruit of the Loom, tejanos Levi’s, botines tipo Panama Jack y gorra de 10 dólares) avasallando y denigrando la democracia de un país que no es el mío pero que llevo en mi corazón, me ha hecho mucho daño. Es una imagen aterradora.