Siempre nos quejamos de todo aquellos que no nos gusta y casi nunca agradecemos las cosas o recordamos aquellos detalles que nos hacen el día un poco mejor. Soy universitaria y estoy en el último año de carrera, pero a pesar de estar acabando, uno nunca deja de estudiar, porque en el mundo en el que vivimos siempre hay cosas nuevas por aprender. Se podría decir, sin embargo, que en estos momentos, cuando ya casi estoy acabando, pienso en todos los profesores que he tenido a lo largo de mi vida formativa.
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Es cierto que siempre han habido y habrá profesores que nos gusten más o que nos gusten menos, pero hoy en día puedo decir que he llegado hasta donde he llegado, en parte, gracias a ellos. Me refiero a que si, por ejemplo, nuestro profesor de educación plástica no nos hubiera mandado aquel trabajo sobre publicidad, quizás no estaría estudiando la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas; o si, por ejemplo, el profesor de física no me hubiera puesto aquellos ejercicios demasiado difíciles, quizá hoy no me esforzaría como lo hago y no intentaría sacar lo mejor de mí, porque si él creía que podíamos hacer esos ejercicios, era por algo.
Por eso, le doy las gracias a todos aquellos profesores con los que me he cruzado, porque de todos y cada uno de ellos he aprendido algo, y es por ello que cuando estoy con los niños a los que ayudo con aquellas asignaturas que tienen un poco cruzadas, intento que las matemáticas también se puedan explicar con los cojines del sofá o que las clases de inglés sean como estar en Londres. Porque yo también quiero que cuando esos niños sean algo más mayores se acuerden de aquella profesora como me acuerdo yo de los míos.
Gracias a todos los profesores que dejan un poquito de ellos en cada alumno