La vida y la libertad ontológicamente constituyen los dones más preciados del ser humano junto a la privacidad y el derecho a la intimidad. El covid-19 ha provocado, por razones de seguridad, la necesidad de efectuar un riguroso e implacable control del confinamiento de la población para contener y evitar la propagación del patógeno. Ello nos sitúa en la disyuntiva de la preponderancia de la seguridad y la salud en detrimento de la libertad de movimientos y el sacrificio de la privacidad. Se instala la monitorización biométrica. Ubicuos sensores y potentes algoritmos escudriñaran los teléfonos móviles y millones de cámaras con reconocimiento facial no solo detectarán a los portadores del coronavirus sino que determinarán sus movimientos e identificaran sus contactos.
Entretodos
Como ha afirmado un influyente pensador se transitará de un vigilancia epdidérmica a otra hipodérmica.Se indagará en los más recóndito de la condición humana, en la predicción de sus sentimientos y hasta el control de sus impulsos. Ello puede abrir la senda peligrosa de la desaforada manipulación y la venta de datos para gobiernos con irreprimibles tentaciones totalitarias y ambiciosas empresas dotadas de una mercadotecnia alejada de toda ética, sustentadas en el invasivo neuromárketing. Se vislumbra un horizonte inquietante. Alerta: el rastreo digital precisa de un control institucional para salvaguardar los irrenunciables derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos. La temporalidad excepcional de las medidas impuestas por el estado de alarma no debe tomar carta de naturaleza para perpetuarse.