Salgo de casa. Me cruzo con el mismo vecino que siempre llega tarde a trabajar. Llego a la estación de metro y bajo las escaleras. Acelero el ritmo porque oigo las puertas cerrándose. Entro corriendo al vagón y me hago un hueco entre la multitud. El altavoz anuncia mi parada de destino. Salgo del tren y el aire caliente de la estación me despeina. Todo esto, sin levantar ni un segundo la vista de la pantalla del móvil, y es que en Instagram han pasado muchas cosas esta noche. Tengo esta rutina tan automatizada que ya es completamente predecible. Sé el número exacto de escalones que tengo que bajar, dónde está la columna que tengo que esquivar y en qué sentido está la salida de la estación.
Entretodos
Este año me gradúo. Estoy llegando a mi destino y necesito fijarme en las indicaciones del vagón. Necesito levantar la mirada del móvil y leer los carteles de la estación para poder salir. Por primera vez en mi vida, no sé qué es lo siguiente que va a pasar, no puedo predecir y automatizar mis movimientos. El futuro, ahora, empieza a ser incierto.