Debo reconocer que nunca me había parado a pensar en algo tan básico como es la felicidad, y lo que puede significar en la vida de cualquier persona, por lo que me ha sorprendido enterarme a través de los medios que el 20 de marzo se celebra el día Internacional de la Felicidad.
Entretodos
Reconozco que me ha impactado y que me ha hecho pensar, por lo que me atrevo a exponer algunas consideraciones, aún a riesgo que puedan resultar inevitablemente subjetivas.
Creo que hablar de la felicidad, en abstracto, no tiene más valor que el puramente semántico, y que, por tanto, no se le debería dar tanto bombo como para celebrar un día en su honor, porque ser feliz o estar feliz es un término muy relativo.
Otra cosa bien distinta es estar alegre, o contento, o sentirse triste o deprimido, sensaciones que sí que habría que celebrar o recordar, para lo bueno y para lo malo.
Deberían establecerse y celebrarse, en consecuencia, el Día Internacional de la Alegría y el Día Internacional de la Tristeza, el primero para festejar el bienestar y el segundo para lamentar la tristeza.
Serían dos formas muy diferentes de celebrar estados de ánimo, porque tenemos tanto derecho a estar alegres como a sentirnos desgraciados.
Que cada cual maneje sus emociones como puede o quiera. Faltaría más.