Los lugares son moradas del camino de la vida, como muy bien explica Claudio Magris. Entre otros muchos lugares de este mundo, me siento cómodo en Nueva York, Boston y Cartaya (Huelva). Los siento y percibo como si fueran mi casa, sin embargo, mi lugar predilecto es, ha sido, y será Barcelona. A esta ciudad la reconozco de forma distinta porque, incluso cuando me alejo de ella, siempre viaja conmigo.
Entretodos
Esta experiencia se ha concretado a lo largo de los años cuando, viajando, me he dado cuenta de que todo lo que ocurre en los otros lugares que visitas temporalmente tiene algo insólito: están llenos de fragilidad. Al estar lejos de tus cosas, es decir, de todos aquellos elementos cotidianos que te han rodeado toda la vida (el mar, las calles del Ensanche, el Paseo de Gracia, Gaudí, la luz, mi casa, el ruido y el olor de mi barrio...) uno descubre la fugacidad del mundo y también de nuestra propia existencia.
Por el contrario, en Barcelona es donde entiendo exactamente no sólo que existo de verdad, sino que también concibo con suma precisión quien soy. En Barcelona el pasado, el presente y el futuro se juntan para concretar un tiempo único, por eso, esta ciudad, se convierte en mi lugar.