Lo más inquietante de los piropos callejeros es que el que lo comete sabe de sobra que su víctima no se dará la vuelta para seguirle la corriente, es más, ese no es su principal objetivo.
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Cuando oímos que nos lanzan piropos, silbidos, comentarios no deseados, nos persiguen, sea de cerca o a lo lejos, en ningún momento el individuo lo hace para tontear con nosotras. Su intención es humillarnos y reafirmar su control sobre la mujer en un alarde de poder masculino. Es una manera de decir: “puedo decirte y hacerte lo que me dé la gana, independientemente de lo inadecuado que sea o de lo incómoda que te haga sentir. No podrás hacer nada para evitarlo”.
Es intolerable que no podamos movernos libremente en los espacios públicos. Sinceramente, ¿es normal que tengamos que cambiar de acera para esquivar a este tipo de individuos?
Este es un problema real con un impacto diario en la vida de niñas, adolescentes y mujeres. Por suerte, en España han comenzado a ponerle remedio al asunto. Ahora estas acciones se consideran un delito.