Los que ya hemos cumplido algunos años, con el tiempo hemos aprendido a leer a través de las pantallas de ordenadores, tabletas y móviles, pero nuestras vidas se han desarrollado leyendo periódicos de papel, por lo tanto, podemos hablar de los dos sistemas. En primer lugar quiero manifestar que, cuando acudo a los bares de mi barrio para tomar mis múltiples cafés diarios y constato que ya no ofrecen a sus clientes periódicos de papel, me invade una profunda tristeza. A mí, el papel me transmite las noticias con mucha fuerza; puedo colorearlas, subrayarlas y, a veces, cuando quedan resaltadas por culpa del aceite de mis tostadas, se hacen entrañables. Sin embargo, quiero poner de relieve un hecho: cuando, encima de alguna de las mesas de mi oficina, observo enormes montañas de periódicos antiguos que, durante mis desayunos, me han ayudado a despertar y a ser feliz, siento cierta angustia al constatar que ya no significan nada para mí: son simples despojos. Esa sensación de desprecio nunca surge cuando los periódicos no son de papel. Estos subyacen dentro de las pantallas aludidas al inicio: son espíritus (bits) que jamás se apelotonarán encima de nuestras mesas de trabajo.
Entretodos
Yo siempre continuaré desayunando con mi periódico predilecto de papel; sin embargo, creo que en un futuro no muy lejano dejarán de existir. Los niños de hoy (los hombres que mañana regirán el mundo), desde su más tierna infancia, escriben, leen, crecen, juegan y desayunan rodeados de pantallas.