El pasado 31 de diciembre nuestra hija Lola, de 7 años, terminó el tratamiento para la leucemia que le diagnosticaron en agosto del 2014. Durante estos años en la octava planta del hospital Sant Joan de Déu, la vida nos ha mostrado su cara más oscura y despiadada, en la que los más pequeños e inocentes son víctimas del cáncer. No hay un culpable a quien odiar. Hemos aprendido a digerir la realidad cruda, tal como viene y hemos pasado a formar parte de un pequeño porcentaje de familias desafortunadas al que no quieres creer que perteneces.
Entretodos
Allí, un equipo de profesionales vela para que el finísimo hilo que sostiene las vidas de algunos niños no se rompa: Hematólogos que a pesar de estar desbordados encuentran un rato para sentarse y aclararte cualquier detalle. Enfermeras que siempre te dedican una sonrisa y una palabra amable. Que entran en las habitaciones de puntillas, conscientes como pocos lo que están pasando estos ‘pequeños valientes’. O el equipo de la UCI que hace milagros todos los días del año.
Y todos ellos lo hacen con una vocación admirable que va mucho más allá de lo exigible, queriendo a sus pacientes hasta el punto de derramar lágrimas cuando por desgracia ese hilo se rompe. Son un ejemplo de profesionalidad, de excelencia y humanidad.
A todos ellos les queremos expresar nuestro agradecimiento. Una gratitud que nace del mismo rincón donde reside el amor de unos padres por su hija.