Primero nos cargamos la industria manufacturera y textil, traspasando la producción a los países del tercer mundo; después perdimos el tren de la informática y la telefonía móvil a manos de EEUU y Extremo Oriente, sin una sola marca propia.
Entretodos
La industria automovilística cada vez está más cercada por las firmas asiáticas y los astilleros han quedado reducidos a fabricar barcos militares. Con los drásticos recortes en educación, la competitividad de nuestras universidades e I+D tienden a menos infinito mundialmente.
Si ahora damos la puntilla a los agricultores arrojándolos a las garras de intermediarios y grandes superficies, y dejamos nuestros campos al barbecho, acabaremos comiendo heces importadas a precio de oro.
El problema es que si continuamos perdiendo terreno en todos los frentes productivos y tecnológicos, en unas décadas no tendremos dinero con qué pagarla y terminaremos espigando en el desierto.