Lo confieso, los fines de semana por la noche soy feliz. Feliz como un jabalí de esos que bajan a mirar escaparates a la Diagonal, feliz como un ciervo de cornamenta majestuosa rumiando frente a un Starbucks del este de Londres.
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Yo soy uno de esos vecinos que viven en zona de marcha, concretamente en Poblenou, en la calle de Pere IV, junto a todos esos bares que viven del efecto llamada del Razzmatazz, o Zeleste para los más antiguos.
Porque sí, en esas calles vive gente, y no poca: familias con bebés, gente mayor, currantes de los toda la vida que cuando llega el fin de semana no pueden descansar como es debido porque a la chavalada que sale por ahí y hacen botellón sentados en las aceras, con la música de sus coches atronando a todo volumen, se la pela que un 'pringao' que se levanta todos los día a las seis de la mañana tampoco pueda descansar el fin de semana, o que una madre tenga que acunar a su hijo de un año porque tiene miedo del ruido. A eso añadan que las casas de por ahí son edificaciones de hace más de 100 años, así que ni doble ventanal, ni sistema de aislamiento ni María Santísima; más te vale que te guste la última mierda musical que esté de moda, porque te la vas a tener que comer como si tuvieras el concierto en tu habitación.
Y que nadie se engañe, a las autoridades tampoco les importa un poroto, léase alcaldesa actual o alcaldes precedentes, regidores de distrito (estos son de chiste)... De hecho este es un tema que lleva lustros tocándose en las asambleas con el mismo resultado. Ajo y agua.
Así que, por mi parte, espero que la pandemia pase, que los muertos sean los menos y que salgamos pronto a la calle a disfrutar, pero mientras tanto, cada fin de semana, me regodearé en el silencio, igual que hacéis la mayoría, esos que dais por asumido que el descanso es un derecho, y seré feliz como un delfín de paseo por los canales de Venecia.