Mi madre, una crucerista de casi 73 años, cogió el tren desde Cubelles hacia la estación de Sants ignorando en su momento que habría una huelga de trenes. Redujo las emisiones estrenando su nueva maleta con ruedas para recorrer en 20 minutos la distancia que separa su casa de la estación. Cuando llegó vio partir el tren, así que tuvo que esperar los 25 minutos de rigor hasta coger el segundo, por lo que ya iba con retraso y la mujer se impacientaba. Cuando ya se acercaban a la estación de Sants, junto con otros usuarios con carritos de bebés, 'pitbulls' (no por eso peligrosos) y estudiantes con resaca, todos con mascarilla, eso sí, el tren decidió tomarse un descanso de 40 minutos a punto de llegar a la estación de Sants.
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Cuando al fin liberaron a esa particular multitud, ya era tarde y sus pulsaciones habían aumentado hasta límites no saludables. Intentó fuera ya del vagón coger el metro, pero un gentío con pancartas con siglas ininteligibles la rodeó. Después, ya bastante acalorada aunque era octubre, consiguió llegar hasta el metro en dirección Drassanes. Cuando su amiga la llamó al móvil para decirle que ya cerraban la pasarela del barco, ella cruzó La Rambla y su 'trolley' no quiso acompañarla: se quedó trabado en la acera mientras ella 'volaba' hasta aterrizar justo en la puerta del Museo de Cera.
Mi hermana y yo queremos darle las gracias al señor que la socorrió y la invitó a sentarse entre Rafa Nadal y Ferran Adrià. No estaría de más que el museo y la ciudad se plantearan tener una nueva figura en dicho museo.