'No en mi nombre' es el lema escogido para la manifestación lema convocada el pasado domingo en protesta por la intervención militar en Siria e Irak para combatir al ISIS o Daesh, a la que dieron su apoyo algunos cargos políticos y profesionales de la cultura haciendo valer su notoriedad. Probablemente su implicación será un estímulo para que la concentración sea más multitudinaria.
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La convocatoria, abogando por una resolución pacífica del conflicto, que en estos momentos parece muy alejada de poder producirse, es digna de respeto. Exponer el rechazo al belicismo y proclamar la paz son propósitos loables que merecen ser expresados por aquellos que se sienten sensibilizados por estos acontecimientos, dentro de los cauces exigibles a cualquier acto de protesta ciudadana.
Pero el anhelo por la paz no se acaba con la exteriorización de un clamor popular, el lanzamiento de palomas blancas, enviar mensajes ligados a un globo o exhibir símbolos alegóricos. Es bueno pedir la paz, pero mejor aún ser hombres y mujeres de paz que colaboran a que su entorno habitual sea más amable. El reto que nos concierne a todos es ser sembradores de paz.
Por eso me sorprenden actitudes de algunos personajes que reclaman la paz y procuran que su presencia en la manifestación sea visible, que compatibilizan esta escenificación con la justificación de la violencia física, verbal o mediática en otros escenarios. Algunos ejemplos: insultos y amenazas en redes sociales, mofas corrosivas, difamaciones, calumnias, escraches, ocupaciones de fincas, robos y destrozos en comercios.
El pacifismo es atractivo, vende bien, pero cuando se queda exclusivamente en un gesto para salir en la foto y vender una imagen que no se corresponde con el espíritu que guía la vida ordinaria, es tan solo 'postureo', una expresión hueca, sin consistencia. Construir la paz es apostar por la convivencia.