Hablaban hace unos días en la radio sobre las posibilidades de Feijóo de presidir el PP. Se hizo mención a la famosa foto en la embarcación de un narco. Las explicaciones que el presidente gallego había ofrecido en su momento parecían haber zanjado un asunto. "Si hay algo más lo utilizarán cuando les convenga", dio a entender uno de los contertulios. La renuncia a presentar su candidatura ha avivado la rumorología y, como suele ocurrir, se da menos importancia a las razones que expone el interesado que a las especulaciones que surgen, que no suelen pasar factura a quien las plantea a pesar del daño que pueden proferir al que las sufre.
Entretodos
Tras dimitir Màxim Huerta, escribía Enric Hernández que en estos tiempos la moral política dicta que, a la menor sospecha, cortar por lo sano. Un veterano sindicalista advertía sin embargo que: "El que no puede acusar a alguien de algo es que no tiene un buen abogado". A la facilidad para poner en entredicho la honorabilidad se une la lentitud de la justicia -aderezada con la impunidad de las filtraciones interesadas- y las bravuconadas dialécticas de algunos políticos que presumen de impolutos, aunque sea por el simple hecho de no haber tenido responsabilidades en la gestión pública. La competencia para ejercer los cargos queda relegada a un segundo plano.
Se da la circunstancia que la exigencia moral no acostumbra a percibirse del mismo modo para todos. Incluso aquellos que cuentan con el favor de los medios y activistas más beligerantes pueden gozar de algún grado de impunidad. Porque pesa más la posibilidad de mancillar al adversario político que el noble propósito de adecentar la vida pública. Así, cuando afecta a afines, la comprensión se esconde tras silencios, distracciones, disimulos o maquillajes.
Prevenía el director de El Periódico: "Mantengámonos vigilantes ante los puritanismos impostados que presagian inquisiciones venideras". Además, el riesgo de hipocresía está tras la voluntad de una aplicación asimétrica.