Nos movemos entre el golpismo y el Estado totalitario, el robo y la traición, el supremacismo y el fascismo. Ya es malo usar estos términos para hablar de planteamientos políticos, o los infinitos prejuicios que nos tenemos mutuamente por ser de aquí o allá.
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Pero que unos dirigentes políticos simplifiquen la emigración en España de ayer y hoy hablando de ocupación, imposición o colonización, o sentenciando que hablar una lengua es natural o no según donde la hables, y no según quién seas, va todavía más allá.
No sólo señala a las personas por sus ideas políticas o por lo que son, las señala por su manera de ser en su propia tierra, donde vives el día a día, y me da igual cómo han llegado a serlo.
Ya el president Pujol advertía de la posible dominación andaluza en Catalunya en los 70, aunque luego se disculpó a su manera alabando el arraigo andaluz.
Entiendo los miedos y las reivindicaciones de todos los nacionalismos por la inmigración, incluido el español, pero señalar, aunque no sea su intención, es lo último que tiene que hacer un dirigente.