Tras haber leído el artículo titulado Los malos y el catalán, del señor Bru de Sala, no me resta más que darle mi más sentida enhorabuena. Enhorabuena, en efecto, por no haber entendido ni una palabra de El Quijote; por silenciar toda la tradición satírica y picaresca en castellano; por desconocer al cáustico Quevedo; por obviar el carácter subversivo, de exaltación popular y de defensa de la igualdad que representan obras tan señeras como Fuenteovejuna o El Alcalde de Zalamea; por citar como fuente a Auerbach, cuyo desconocimiento de la literatura castellana era, en palabras de Francisco Rico, “penoso”.
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Ignora al parecer el señor Bru de Sala que el capítulo que Auerbach dedica a El Quijote no formaba parte de la edición original de Mímesis, sino que fue incluido a petición de sus editores mejicanos en 1950, y que resulta de redacción tan premurosa como de acongojante lectura. En definitiva, enhorabuena por exponer sin pudor sus prejuicios, y tachar a los españoles de acomodaticios, sumisos e indolentes. Meros súbditos, a fin de cuentas.
Y aunque agradezco su apunte humorístico, al tildar de ácratas a Josep Pla o a Jacint Verdaguer, no puedo sino recomendarle al autor que narre en un próximo texto el panorama actual de las letras catalanas, pobladas de corifeos del poder y sometidas al imperio del erario público. Supinamente libertario, sin duda.
La literatura española, señor Bru de Sala, inventa la novela y el realismo. ¿Acaso cabe algo más revolucionario?