Como inmigrante chilena que lleva trece años viviendo en Barcelona, en estas últimas semanas he escuchado mucho la frase: "Qué mal está Chile, ¿no?". Sé que la gente lo pregunta con buena intención, que lo hacen esperando que responda que mi familia está bien y que todo se va a arreglar. No los culpo, obviamente vemos las imágenes por las redes sociales, en la prensa y en la televisión y nuestra primera reacción es preguntar a alguien que lo conoce de primera mano. Y aunque respondo a esas preguntas de forma simple, siempre se queda ese rastro de preocupación en mi mente.
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Porque aunque mi familia hoy esté bien, nunca sé lo que puede pasar mañana, y aunque me convenza a mí misma de que todo se solucionará, a veces no estoy tan segura. Y sé que tengo suerte al decir que mi familia está bien, ya que hay muchos inmigrantes chilenos en el mundo que no pueden decir lo mismo de sus familiares. Esta incertidumbre se ha vuelto en una sensación familiar, como si fuera algo con lo que me tuviera que acostumbrar a vivir todos los días.
Espero que llegue pronto el día en el que la gente no tenga que preguntarme sobre la situación, días en los que pueda abrir Instagram sin encontrarme vídeos y fotos de protestas y de violencia y que la incertidumbre haya desaparecido.