Benjamín Netanyahu, sabe que su país está inmerso en una estrategia política y bélica, impulsada por los grupos más radicales del judaísmo y compartida por demasiados países muy poderosos. Por eso sabe también que detrás de Trump, otros dirigentes políticos mundiales irán renunciando al consenso de los dos Estados, y reconociendo a Jerusalén como su única capital.
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En la guerra secular de Oriente Medio, de la que forma parte fundamental el enfrentamiento palestino-israelí, o en cualquier otra guerra, a pesar de las dificultades evidentes para el diálogo y la resolución pacífica de los conflictos, la negociación y el acuerdo sigue siendo la única apuesta posible. Todas las guerras son de apropiación. Sabiendo esto, y una vez identificados los intereses económicos de las partes en cada conflicto bélico, se trataría de establecer mecanismos que limiten la competencia entre los grupos, o modularla para que también quepa en las relaciones internacionales la cooperación humana.
Ya sé que en estos días resuena con especial intensidad el tableteo de las ametralladoras y las atrocidades mediáticas más crueles, pero sigo creyendo que la barbarie, que es tan profundamente humana, tiene su soporte fundamental en la desigualdad económica absoluta, y en la falta de oportunidades para el desarrollo personal de la inmensa mayoría de los hombres y mujeres que poblamos este planeta. La igualdad es el reto.