Regresando con British Airways a Barcelona procedente de Londres y alejada definitivamente una terrible ventolera que, por unos instantes, convirtió nuestro avión en un pájaro desamparado, empecé a comparar la ciudad que abandonaba con la que me esperaba aquí.
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Concluí que para un visitante que no conozca de antemano Londres, los tiempos de su historia no afloran con la misma nitidez que los de Barcelona. Una simple caminata por nuestra ciudad nos muestra con claridad cuál ha sido su historia.
Su punto cero, la ciudad romana (Barcino), después, la ciudad medieval con sus acogedoras y estrechas calles. Y de pronto, al abandonar esos barrios antiguos y cruzar la muralla que los arropaba, aparece la Barcelona moderna con su Eixample: un tejido completamente distinto.
Londres, espléndida, excitante y original, tiene muchos edificios históricos.
Sin embargo, al desaparecer sus barrios antiguos como consecuencia de aquel espantoso incendio de 1966 y después los terribles destrozos de las bombas de la segunda guerra mundial, hoy, la lectura histórica de la ciudad ya no es tan evidente como lo es la de muchas ciudades mediterráneas, entre ellas Barcelona.