Nací en 1958. Por edad no pude refrendar la Ley de reforma política, ni elegir las Cortes constituyentes, pero sí voté en el referéndum constitucional de 1978 y en los referéndums y las elecciones celebradas después en todos los ámbitos de representación política, porque creo que es un derecho y un deber hacerlo. Poder elegir a mis representantes, en el ejercicio de mi soberanía, me parece cada vez más necesario.
Entretodos
Muchos españoles hemos asumido y defendemos -pese a una ley electoral troquelada sobreponiéndonos a los escándalos de corrupción política más sangrantes, y sintiéndonos defraudados por algunos acuerdos extraparlamentarios vergonzantes entre los partidos mayoritarios (límite constitucional al déficit público)-, que todas las decisiones políticas y económicas de cierta trascendencia que se tomen desde el gobierno de turno sean previamente debatidas, enriquecidas y hasta consensuadas, si esto último fuese posible, en las Cortes y en el Senado. Y esta es una suerte, ganada y bien merecida, por un pueblo dialogante como somos los españoles.
Creo que cualquier referéndum, consulta o declaración que se haga sobre cualquier asunto de interés general deberá tener toda la legitimación democrática ya consolidada, y nunca otra más artificiosa y creada ad hoc; la democracia española puede ser mejorada y, sin duda, lo será. Pero no es menos cierto que ha servido, hasta ahora, para que un buen número de españoles demócratas y patriotas nos sintamos plenamente protagonistas de nuestro proyecto común y diverso de nación.