Este 2020 se cumplen 42 años del nacimiento de nuestra Constitución (1978-2020). Nuestro estado de bienestar y convivencia ciudadana, con las diferencias culturales, históricas y de lenguas, ha hecho que todos los españoles hayamos conseguido un avance y un progreso jamás imaginado en nuestra historia común.
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No obstante, con una alucinación intransigente, algunos aspiran a la elaboración de un plan impreciso, con una obcecación nociva y altanera, manejando a los medios para obtener de manera falaz sus ideas e ir en contra de todas las referencias que advierten la inviabilidad de esta intención.
No concibo cómo ciertos representantes públicos exigen con argucia, para lograr un afanoso protagonismo, y olvidan que en la Europa del siglo XXI –donde todos quieren unificar– ellos, aquí, quieren desunir a la Nación. La sociedad se acerca a la aversión entre los diferentes tejidos sociales de nuestro país. Estamos viviendo, sin lugar a dudas, un quebranto de nuestra convivencia.
Nuestra Constitución es efectiva de igual modo que lo son las constituciones más antiguas del mundo como la de Estados Unidos (de 1787), la de Noruega (de 1814), la de Bélgica (de 1831), la de Canadá (de 1867) etcétera. No obstante, como ocurre en la mayoría de las democracias avanzadas, hay que hacer modificaciones coherentes adaptadas a la realidad general y a los grandes cambios sociales que tienen lugar de una generación a otra.