Cuando éramos pequeños, todos imaginábamos que llegaríamos a nuestra veintena y ya estaríamos viviendo en nuestro propio piso, trabajando y disfrutando de nuestra independencia. Pero la realidad es muy distinta. Los alquileres han subido tanto que, incluso teniendo trabajo, es prácticamente imposible plantearse vivir solo. No importa cuánto lo intentes, las cuentas, simplemente, no salen.
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Aparte del agobio económico, está la frustración emocional. Queremos avanzar, sentirnos adultos, poder tomar nuestras propias decisiones y tener nuestro espacio, pero parece que siempre hay algo que nos frena. Y lo peor es que no se ve una solución a corto plazo: los alquileres suben, los sueldos se estancan y las políticas para regular todo esto no parecen estar funcionando.
Estamos viendo como nuestra generación se queda paralizada, no por falta de ganas, sino por un sistema que nos está cerrando todas las puertas.