Varios estudios revelan que los índices de participación electoral son especialmente bajos entre la población más joven. A este hecho se atribuyen varias causas: falta de interés, visión arcaica de los líderes políticos o desinformación. Sin embargo como ocurre muchas veces en la vida, es más fácil echar la culpa a los demás que reconocer los errores propios.
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Los jóvenes de hoy en día no votamos porque nos sentimos impotentes ante la posibilidad de cambiar la realidad política que afecta a España.
Después de dos elecciones fallidas, parece que la única forma de que España finalmente tenga un presidente es mediante la quiebra de uno de los partidos más históricos de nuestro país, y no a través de un proceso democrático en el que se escuchan las voces de los ciudadanos que pasaron dos domingos haciendo cola para que su opinión fuese tenida en cuenta.
Ante un panorama así, ¿a qué joven le puede apetecer pasar un día festivo votando en vez de tomando algo con sus amigos?