El progreso es para quienes avanzan de forma coherente con la realidad, ya que, de no ser así, más que prosperar hacia un futuro cierto, lo que se hace es rodar hacia un precipicio; y el precipicio es Utopía.
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Este es el resultado del primer gobierno de coalición en España. El problema es fundamental: una izquierda desesperada por avanzar tan deprisa hacia los derechos e igualdades que se acaba tropezando con la realidad y las circunstancias, resultado de una economía arcaica, ineficiente y deficitaria.
Y es que resulta que en los países donde se observa una buena calidad de vida para (más o menos) todos sus habitantes (digamos que el centro y norte de Europa, excluyendo a la Europa del este y del sur) se alcanzó esta circunstancia después de haber explotado a sus colonias y a sus propios habitantes. Es decir, que no se puede disponer un Estado del bienestar absoluto sin antes llenar las arcas y no tener deuda alguna, ya que, de lo contrario, cada vez que te inclinas en dirección al progreso (en cuento al bienestar social) la realidad económica te precipita al fracaso. Entonces, pretenderlo es absurdo.
Y eso es lo que han visto los votantes andaluces, quienes, además de tener la inmensa fortuna de disponer de un político de tantísima altura como Moreno Bonilla, han decidido no continuar con la deriva de irse a pique sin remedio, pues la realidad es aplastante: estamos al borde del colapso económico.
Sabido es que la guerra lo ha complicado todo, pero el no haber reaccionado adecuadamente, bien accionando el botón de aplicar más impuestos a los ricos, bien impidiendo a las grandes compañías beneficiarse de la circunstancia (¿quién se apuesta algo a que Mercadona dobla sus beneficios este año?), o bien rectificando en sus políticas sociales (imposible con una izquierda tan terca, salvo Yolanda Díaz) precipita todo lo invertido antes hacia arenas movedizas, ya que la coyuntura económica y la política internacional lo convierte en imposible.