Está claro: los ciclistas molestamos a los peatones cuando circulamos por las aceras. Es lógico, es un espacio que debiera ser suyo y solo suyo, pero ¿qué alternativas tenemos? Ir por la calzada es jugarse la vida, literalmente, los coches no respetan a los ciclistas; los carriles bici son escasos y mal acondicionados: el de Diagonal discurre por la acera en muchos tramos y es especialmente peligrosa la intersección con paseo de Gracia de bajada. El de Provença es de doble dirección y con semáforos desesperadamente siempre en rojo.
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Si el ayuntamiento quiere de verdad una ciudad más limpia, más humana, menos ruidosa, y menos contaminada, la bicicleta sin duda es la gran aliada de esta política. Pero para eso hace falta invertir en carriles bici, invertir, no decir que se va a invertir, si no hacerlo de una vez. Seguimos con los carriles bici que hicieron los socialistas, que por que no decirlo, fueron los únicos que movieron este tema con fluidez y agilidad. El resto de gobiernos municipales se merecen un cero en este asunto.
Cada vez hay más ciclistas y las infraestructuras son las mismas, se les echará el tiempo encima como siempre y serán incapaces de dar la respuesta que ya se ha dado en ciudades como Londres, Copenhague, Amsterdam, o la mismisima Sevilla.