Vamos camino de otra legislatura con gobierno del Partido Popular. Sea por la abstención de parte o de todo el grupo parlamentario del PSOE o por una nueva victoria en unas terceras elecciones (menos probables hoy), y sea para una legislatura larga de cuatro años, o para una corta de uno o dos años, parece que Rajoy podrá por fin formar gobierno, tras tantos meses en funciones.
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Es cierto que ya no podrá legislar y gobernar con la soberbia con que lo hizo mientras estuvo protegido por la mayoría absoluta, y como ha dicho el propio Rajoy tendrá que ganarse la estabilidad "día a día", votación a votación, negociando y cediendo. Pero sería ingenuo pensar que las dos almas del PP, la ultraconservadora y la neoliberal, van a retirarse a sus cuarteles de invierno. Si acaso, se travestirán de "reformistas", pero no más.
Unos, los conservadores, seguirán intentando que las leyes se ajusten a su moral nacionalcatólica de España e intentarán impedir cualquier iniciativa que rebase los límites de una nación única y clerical. Los otros, los neoliberales, seguirán en su empeño de empequeñecer el papel social del Estado desregularizando aún más los mercados y privatizando los servicios útiles para hacer negocio.
Significa esto que el papel de la oposición va a ser especialmente importante en esta próxima legislatura. Y malo será que PSOE y Unidos Podemos estén más atentos a quién gana la hegemonía de la oposición que a impedir que el Gobierno del PP gobierne a sus anchas. Tan malo como que el PSOE baile al son del Gobierno.
Las urgencias sociales (la pobreza, el paro, la precariedad laboral...), las relaciones con nuestros socios/acreedores europeos (mayoritariamente neoliberales) y el reto secesionista del Parlament y el Govern de Catalunya son los tres problemas fundamentales a los que deberían dar una respuesta común los grupos parlamentarios de izquierda.