El 18 de julio de 2015 murió una “niña”. El día que llegó al mundo, pensaban y deseaban que fuera un varón. Ya tenían el nombre pensado, se llamaría Antonio, como su padre. Pero la vida nos depara sorpresas, y un 21 de abril a las 8 de la noche llegó a este mundo una niñita, con mucho pelo negro y regordita (4 kilos). Su padre, que estaba tan ilusionado con que fuera un varón, se quedó prendado nada más verla, la cogió en sus brazos y sintió que ya era para él lo mejor de este mundo.
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Trabajaba con alegría para que nada faltara en su casa. Después de acabar su jornada en la fábrica se iba a otro taller para hacer “horas”. Así un año tras otro, el tiempo iba pasando y la familia vivía feliz, él vivía exclusivamente para su mujer y para su hija. La niña iba creciendo al igual que el cariño que había entre ellos. ¡Era tan buen marido y tan buen padre! La niña cursó sus estudios. Sus padres, por circunstancias de la vida, no habían podido formarse como hubieran querido, y deseaban que su hija se preparara para el día de mañana.
Y así fue. Estudió y encontró un buen empleo como secretaria, donde fue muy querida y respetada por sus superiores.
Se casó y fue madre de una niña. ¡Su padre ya era abuelo! Y esto le llenó de inmensa alegría. Ahora ya tenía dos “niñas”, para quererlas y mimarlas. Así fue hasta el último minuto de su vida.
Mi padre murió el 18 de julio de 2015 a los 91 años, por eso ahora comprenderán porqué ese día “murió” esa “niña” con 66 años que soy yo. Nunca más me llamaría “su niña”.