Cuando la humanidad debiera haber alcanzado, a fecha de hoy, la perfección del civismo entre todos los pueblos de la Tierra, tenemos dos ejemplos de todo lo contrario, la crueldad y el salvajismo despiadado de Mosul y Alepo, donde el odio entre musulmanes es apoyado y sufragado por potencias occidentales, unas movidas por intereses estratégicos de economía y otras, por una indiferencia egoísta ya que a ellas no les afecta.
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Los niños sangrantes que se recogen de entre los escombros después de los bombardeos no son nuestros hijos ni nuestros nietos, ya que Guernica y las carreras con niños en brazos al refugio del metro en Madrid tras el aviso de los bombardeos ya está olvidado.
Mil veces maldita sea la falta de acción de los jefes de Estado para que esas guerras y ese infanticidio acabe. El fanatismo terrorista no tiene fronteras: el año pasado fue Francia, hoy puede ser cuaquier otro país. Menos cumbres económicas y más cumbres antiterroristas y antibélicas: los fabricantes de armas, que se dediquen a hacer bien al prójimo, no a destruirlo.