Han transcurrido 12 años desde que, en una reunión con gente que presume de poseer título universitario, me atreví a abordar el tema del cambio climático sin sospechar que iba a ser objeto de toda burla. Ninguno de los cinco allí presentes tuvo la más ligera duda de que aquello no eran más que habladurías que obedecían a oscuros intereses promovidos por organizaciones siniestras de ámbito mundial. Vencido una vez más por la ignorancia, ya nunca más volví a hablarles de ello pensando que, con el paso de los años, quizá un día empezarían a darse cuenta de que algo no andaba bien en materia climática.
Entretodos
Nada ha cambiado en la mente caducada de esos señores mayores con los que comparto tertulias de café; tampoco sus opiniones procedentes de una visión limitada (debida a las orejeras que parecen llevar, como si de equinos se tratara). Con la llegada a Madrid de Greta Thunberg, aclamada por centenares de miles de personas, en su mayoría jóvenes, escucho una vez más las mismas sandeces: "¿Quién financia este espectáculo y con qué fin?". Pero el colmo de la estupidez fue: "¿Y quién paga el viaje desde Lisboa a Madrid?" No abrí la boca. Había allí demasiadas coincidencias.
Solo pensé que el mensaje de la joven Greta va dirigido a jóvenes de hoy capaces de enmendar, en la medida de lo posible, el desastre ecológico que viejos cerriles e irresponsables les hemos dejado en herencia junto a guerras, destrucción, pruebas nucleares y un muy largo etcétera. Ya solo cabría añadir: "Tómalo y ahí te las compongas".