Margarita Salas, el referente femenino de la ciencia española, nos ha dejado. La más grande, la mayor referencia como investigadora, como bióloga molecular, como maestra científica y como luchadora. La discípula de Severo Ochoa, que en una época en que las mujeres aun no hacían investigación le propuso al bioquímico Alberto Sols la posibilidad de hacer una tesis doctoral y este la despreció por ser mujer y después cuando Margarita  le enviaba sus trabajos, Sols no le contestaba a ella, si no a su marido, el también bioquímico Eladio Viñuela.

Escapó de España (un páramo científico como ella lo llamaba) para investigar a Nueva York, en el año 1964, y unirse al gran Severo Ochoa. Una vida dedicada a un virus bacteriano que dispone de un enzima (una polimerasa) que fabrica cadenas de ADN, también en humanos, y que aún hoy es útil para hacer análisis genéticos oncológicos, forenses y paleontológicos. La patente de este descubrimiento ha sido la más rentable hasta hoy para el CSIC. Como Marie Curie o Rita-Levi Montalcini, fue investigadora hasta la muerte y enseñó el rigor del trabajo a varias generaciones de científicos, como es el caso de María Blasco, la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas o de Cristina Garmendia, ministra de Ciencia del 2008 al 2011.

Este 2019 ha sido reconocida con el Premio de Honor Europeo de la Oficina de Patentes, pero ni siquiera se le concedió nunca el Príncipe de Asturias de Investigación. Tambien ha sido merecedora del Premio Nobel. Reacia a aceptar títulos administrativos, el año 1988 fue nombrada presidenta de la Sociedad Española de Bioquímica i en 1992 directora del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. El año 2007 fue la primera mujer española en ingresar en la Academia Nacional de Ciencias de EEUU y en el 2003 entró en la Real Academia Española.

Adiós Margarita, eres el ejemplo de científica más grande que tengo y me duele que no te hayan dado el reconocimiento que te mereces.