Si en Madrid no hay horizonte, se crea. Incluso si no hay playa. Gabilondo amanece con el rostro de oráculo, piedra milenaria. Hay elecciones y es posible que la gente vote, o no. Ser viejo no es lo mismo que estar viejo. Gabilondo no parece lo primero, lo segundo no lo es. Los que le observan extasiados, ese grupo mínimo, no estarán viejos, pero puede que lo sean.
Entretodos
Se ha especulado que Gabilondo no ha hecho oposición al divertido desgobierno de la nueva heroína Disney. Pero eso es como pedirle que se adapte a la rueda rutilante de la confrontación. Y si no se adapta, como los desperdicios del mundo civilizado, que sea apartado. La virtud no está en el seguidismo, sino en la alternativa.
Pero de igual manera, tampoco se ha dicho que sus oponentes, esa tira de actuantes que lo miran extasiados, apenas le han criticado o se han enfrentado a él personalmente. Quizá lo teman como al oráculo. Quizá no sepan tampoco cómo enfrentarlo. Un catedrático, ante los adalides del mérito, impone. Los tamaños de los protagonistas en la composición de la pancarta no serían entonces una desmesura, sino una descripción de la realidad.
También se lo han puesto fácil sus oponentes. Es aquí, entonces, donde encontramos una bonita parábola de los extremos. Quien no lo crea de verdad, que diga que la estrategia de Gabilondo no es una bendita estrategia de los extremos. No, no es Gabilondo para esos otros candidatos, regocijados en el barullo extasiado de la discrepancia y de la herida, no es comparable, sino en lo distante y distinto, pero eso no quiere decir que no sea para Gobierno.