Dos reclusos se fugaron hace unos días de la cárcel madrileña de Valdemoro después de forzar la cerradura de un almacén y serrar los barrotes de la ventana, lo que les permitió saltar al exterior. Esta prisión se construyó dentro del conocido como 'Primer Plan de Amortización y Creación de Centros Penitenciarios', de 1991, por el que se decidió el modelo de macro-centros penitenciarios, con hasta 1.800 internos, a pesar de que por mandato legal “no deberán acoger más de trescientos cincuenta”.
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El tamaño de la infraestructura y conseguir niveles de seguridad casi absoluta justificó técnicamente la construcción de las cárceles en los rincones más inhabitables de la geografía patria, aisladas absolutamente de los núcleos urbanos de donde proceden los internos, haciéndolos invisibles. Tanto que se esfuman, sin que nadie sepa cómo ha sucedido exactamente.
Los muros tienen seis metros de altura, son de hormigón pulido, y kilómetros de concertinas coronan su cima. Tres círculos de seguridad electrónica y dinámica los rodean, y un desierto intransitable separa la cárcel del lugar habitado más próximo. Pero los internos se han ido, a la carrera. Fugarse de prisión es posible.