Puntual, como cada año, llega el recurrente ‘play off’ final de la ACB, y como cada junio, Real Madrid y Barcelona son los invitados a una fiesta donde está reservado el derecho de admisión que, entre otros requerimientos, no acepta la entrada a equipos que no formen parte de un club de fútbol.
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Una secuela que tiende a perpetuarse endémicamente para solaz de una minoría que empequeñece y genera hastío entre los aficionados de 16 equipos discriminados por la contaminación futbolística que corrompe una competición desigual. De las 59 ligas disputadas, 50 se las han repartido los sempiternos dominadores del baloncesto español.
Acaso por eso, los aficionados al baloncesto vean la misma película cada año y se reservan para esos cinco partidos, después de una Liga regular intrascendente y anodina que sirve para bien poco y en la que el ganador recibe como premio la ventaja de la cancha.
No hay grandes audiencias para el ‘remake’, tan cansino como sectario. Quizá porque el sistema no engancha o porque los gestores de la ACB la han devaluado aceptando una competición con dos prebostes, cuatro animadores y 12 comparsas donde las cartas ya están marcadas desde el principio.
El titulo alterna entre Madrid o Barcelona dependiendo de los ciclos. Para el resto, migajas. Herbalife, Unicaja, Baskonia y Valencia tienen su límite en ganar uno o dos partidos en las semifinales, mientras que para el resto, además de cuadrar el presupuesto, solo les queda lograr el prurito de vencer a los poderosos en Liga Regular.
Eso sí, no se han de preocupar de la permanencia, que está garantizada porque se juega una competición cerrada donde los ascensos desde la LEB ORO son una utopía.