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"Felicidad es morir cuando llega tu hora, no cuando lo decide una máquina"

Activistas y familiares de enfermos en la entrega de más de un millón de firmas a favor de despenalizar la eutanasia en el Congreso, el pasado mes de junio. / DAVID CASTRO

Vivir en un país donde las leyes también se preocupan de que la sociedad si quiere, pueda, es más saludable. Ayer fue el divorcio, el aborto, el matrimonio entre el mismo sexo; hoy es la eutanasia.

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Para mí quizá sea lo más importante, sobre todo por mi estado físico, no por mi forma de pensar (espero no utilizarla nunca). Si un día harto de vivir porque todo me duele y todo me entristece, sé que está ahí para que libremente y sin tener que implicar a nadie pueda utilizarla.

Estoy hablando de mí porque parece que por el hecho de tener el cuerpo paralizado la gente se tiene que querer largar de la vida, y no es así, a mis fueros me remito. Lo que sí es cierto es que la mayoría de la sociedad te rechaza, últimamente menos, pero te rechaza, y si a eso le añades que la Administración no te tiene en cuenta, la vida se convierte en una lucha diaria, y en algunos casos como el de Ramón Sampedro, te lleven al suicidio. Eso no quiere decir que porque la eutanasia sea legal, aprovecho y la utilizo, ya que el Pisuerga pasa por Valladolid.

Yo no me he divorciado, no he abortado y no me he casado con nadie de mí mismo sexo; sin embargo, infinidad de personas de este país han agradecido imperiosamente que además también se legisle para que la vida sea más llevadera y en definitiva, más feliz. En el caso de la eutanasia parece que sea contradictorio pero la felicidad también es morir cuando llega tu hora, no cuando lo decide una máquina que eterniza una agonía latente y sin remisión.

Las personas con discapacidad -ayudadas con unos servicios suficientes- serán las últimas que hagan uso de esta ley.