No sé si la aventura secesionista catalana llegará o no a consumarse. Nadie puede saberlo. Por el momento nos han convocado a un aquelarre en el que arden indefensas en la hoguera todas las grandes palabras, legalidad, democracia, libertad, respeto, decencia... Pero mientras se liberan los vapores tóxicos que nos están asfixiando a todos, dentro y fuera de Catalunya, y nos ciegan los ojos para no ver más allá de nuestras narices, en algunos lejanos cuarteles generales los fabricantes de nuevas fronteras mueven las chinchetas y las banderitas. Ayer Crimea, hoy España, mañana Italia, o Bélgica, o los Países Bálticos, en una cadena sin fin cuyos eslabones se irán creando al ritmo que sea necesario.
Entretodos
Esto acaba de empezar. Injusticias económicas reales o inventadas, vergonzosa insolidaridad, minorías étnicas o lingüísticas supuestamente oprimidas, historia infamememente tergirversada, irredentismo, xenofobia, nacionalismo, todo vale cuando se quieren sacudir los cimientos de la vieja Europa, siempre más débiles de los que su fortaleza económica podría hacer pensar. Qué importan las etiquetas de extrema izquierda o de extrema derecha, cuando todo se confunde y se pervierte, y los valores, más allá de las imposturas, son los mismos, y cuando los enemigos no están fuera, como solo los ingenuos podrían pensar, sino dentro.
Pero no todo está perdido: aún nos queda el señor Assange. El señor que bien sabe a quién beneficia todo esto, porque de revelador de secretos se ha convertido en un vulgar encubridor de falsarios, y que calla como un muerto cuando se pisotean en ciertos países todos los derechos humanos, ahora invoca Tiananmen, reduciendo un símbolo de resistencia democrática a una farsa independentista.
No, no es usted un mártir, señor Assange, tampoco un idiota: es usted un canalla. Hace bien en tomar el partido que ha tomado, está en buena compañía.