Me da la sensación de que la izquierda de nuestro país, en especial el ala más joven, sufre un complejo de superioridad que le impide ver más allá de sus propias narices. Creen que su modo de hacer política es el único modo de ser progresista y se pierden en sus diferencias en detrimento de aquello que los une, olvidándose de que ese modo de ser progresista es simplemente una particularidad de algo más general. Le sirven la victoria en bandeja a la derecha y son incapaces de ver el porqué. Juegan a ganar el liderazgo de la oposición y juegan a ganarse entre ellos, en lugar de ganarse la confianza de los ciudadanos. Son incapaces de dialogar y de unirse porque están convencidos de que el único modo de gobernar es el propio.

Este vapuleo de la izquierda contra la propia izquierda mina su fuerza para atacar a los conservadores que esperan tranquilos, dando pequeños y silenciosos pasos hasta el poder por un sendero más que llano, mientras sus adversarios políticos se destruyen entre sí.

Es por esto que el juego político de este país es sencillo para una derecha astuta que se limita a no perder ante una izquierda que se olvida de lo que tiene por ganar. Y lo que nos preguntamos mientras tanto es si los progresistas no lo ven o no lo quieren ver, si de verdad les importan las cuestiones de los ciudadanos y, de ser así, por qué no trabajan por no avergonzar a los que ya hemos confiado en ellos. Tenemos la izquierda más cobarde y vaga de la historia de la democracia, incapaz de ser proactiva contra una sector conservador tan derechista que debería ser muy fácil derribar.