La pobreza es una gangrena. Es la peste. Es el cólera. Es la malaria. Es la viruela. Es una epidemia. Así es como se debería apreciar, para después poder extirpar. Pero resulta que esta epidemia nunca ha sido contagiosa. Por mucho que tosa un pobre, no hay rico que enferme. Y hasta que eso no ocurre (la peste) no se pone remedio.
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De la misma manera que hace muchos años se entendió que hacían falta unos mínimos de higiene común, debería entenderse hoy que son necesarios unos niveles mínimos de dignidad humana. El ejemplo de todos en la misma habitación es muy claro, tal y como explica Mercè Castellà, directora del CEIP Antoni Botey de Badalona en el reportaje "El riesgo no es de fracaso escolar sino de vida"
Aplausos de mi parte para esta profesora que además de enseñar observa, y por ende, se preocupa, y aún más, se queja. Que la fuerza la acompañe.
Eso no significa que haya que construir gratuitamente pisos con cuatro habitaciones, con zonas ajardinadas para poder acoger a familias enteras que llegan de vivir un calvario en sus países. Quizá la solución pase por entablar negociaciones con esos países. Estoy seguro que hay mucho que ganar por ambas partes. Aunque antes, no nos iría nada mal lavarnos la cara, y no las manos.