Leí hace pocos días un artículo del actor Carles Sans sobre vivencias hospitalarias. Como me toca de cerca, me dio pie para expresar la reflexión a la que abocan tantas horas de banco y pasillo.
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Es cierto que cuando la salud nos da la espalda y reclama la urgencia y el ingreso prolongado, se nos despiertan ciertos fantasmas como la fragilidad, la dependencia, la angustia de ponerse en lo peor, la espera de esperanza y la decepción de ver que el sacrificio no evita el sacrificio o que ni siquiera el dinero es un salvoconducto.
Nos rodean dramas que nos encogen y que nos alertan de que el bienestar es un tesoro que nos pasa desapercibido.
Hay momentos de zozobra en que hasta los ateos llaman a Dios, pero este solo ayuda a través de hombres y mujeres de bata blanca. Ángeles que ponen su conocimiento y su humanidad para devolvernos la fuerza.
Como dice Carles, sufrimos y sabemos que entre tanto ángel también deambulan demonios e incluso entre pacientes y su entorno, pero no nos tomaremos ni la molestia de considerarlos.
Se dice también que estos episodios nos cambian la vida y no es así, porque la vida seguirá con sus gracias y sus bandazos, pero sí es cierto que nos enseñan a afrontarla con una filosofía más elegante.
Que esta sanidad pública recortada es deficiente e incómoda en el trámite de la atención es patente y sensible, pero cuando llegan palabras mayores, el esfuerzo y la calidad de su personal es encomiable.
Todo mi apoyo a las reivindicaciones de todos esos ángeles y gracias a los de la planta G092 de medicina interna del Hospital Clínic de Barcelona que han cuidado de la señora Luisa, mi madre.