Cada año la población expresa sus quejas ante el cambio de horario de invierno. La reducción de horas de luz perjudica gravemente el estado anímico de los ciudadanos, aparece la temida depresión estacional y los trastornos del sueño.
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Las directrices provienen de la Unión Europea, pero sin duda no se adaptan a los valores culturales de cada uno de los países. Cada año se discute si realmente el ahorro del 5% de energía determinado por el Instituto Español es verídico o relativo.
En una situación pandémica en la que vivimos, en ningún momento el ciudadano ha podido elegir, no ha podido votar ni determinar ninguna de las restricciones impuestas por el Gobierno. Llegados a este punto, el Estado debería informar claramente sobre los beneficios y los perjuicios del cambio de horario. Es hora de permitirle al país tomar decisiones tan importantes como esta, en vez de otorgarle el derecho de millones de españoles a un comité de expertos.