El líder del PP, Pablo Casado, está tratando de jugar sus cartas en el tramo final de la campaña del 26-M sin esconder los palos. Es más, a la desesperada está poniendo los naipes boca arriba, cual partida de póquer abierto. Pero en el fondo es más un juego de trileros con escasa pericia en el que el jugador desplaza la bolita de un cubilete a otro sin que él mismo sepa adivinar en cuál se esconderá.
Entretodos
Por un lado apuesta por no moverse ni un milímetro del centro en el que fingió instalarse a partir del 28-A, con el riesgo de que, en tan escaso espacio, el margen de maniobra no le permita ensanchar la base electoral que pretende y el resultado de las generales fuera un mal menor comparado con el que podría cosechar el 26-M.
Por otro lado apuesta por emplazar a Albert Rivera para que Ciudadanos se abstenga en la investidura de Pedro Sánchez, es de decir, que se arroje a los brazos del líder socialista para evidenciar ficticiamente que esa formación está más cerca del PSOE -en el centro-izquierda- que de los populares, y le despeje el terreno del centro-derecha. Un anzuelo que no picará el pez naranja ni por asomo, ni por supuesto el PSOE. Rivera no es estúpido -más bien aspira a gobernar con el PP en determinados territorios y, en cuanto pueda, lanzarle el sorpasso-. Y mucho menos lo es Sánchez, y buena prueba de ello es la jugada de la designación de Iceta para presidir el Senado, que una vez frustrada, se sacó de la manga -nunca mejor dicho- las nominaciones de Meritxell Batet y Manuel Cruz como presidenciables al Congreso y al Senado, respectivamente, ya nombrados este martes en ambas cámaras.
El reloj de la cuenta atrás se puso en marcha inexorablemente hacia el 26-M, y la bolita del trile de Casado se halla decidiendo en cual de los tres cubiletes se ubicará finalmente: si en el de la remontada, en el del estancamiento, o en el de la debacle total. La suerte está echada.