La naturaleza tiene memoria y en España estamos pagando el precio de haberla ignorado. Durante décadas, la construcción desenfrenada ha invadido zonas que nunca debieron ser urbanizadas. Hemos transformado humedales, riberas y llanuras de inundación en urbanizaciones, polígonos y carreteras, olvidando que estos espacios son esenciales para mitigar el impacto de las lluvias intensas.
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Hoy, un 5% del territorio nacional se encuentra en peligro de inundación, y las consecuencias son evidentes: pérdidas millonarias, vidas en riesgo y daños medioambientales irreparables. Lo más alarmante es que, según informes recientes, el cambio climático no hará más que agravar este panorama con lluvias más intensas y frecuentes.
Es imprescindible que repensemos nuestro modelo de urbanismo. Recuperar zonas naturales que actúan como esponjas para el agua, detener la construcción en áreas vulnerables y priorizar una planificación urbana sostenible no son opciones, son imperativos.
No podemos seguir construyendo sobre la idea de que el hormigón lo resuelve todo. El agua siempre encontrará su camino, y nosotros debemos aprender a convivir con ella en lugar de luchar contra ella.