La resiliencia, como característica que puede ser medida, otorga valor añadido a determinados materiales, pues les permite seguir cumpliendo la función para la que han sido creados, aún después de sufrir una situación de estrés o sobreesfuerzo, porque apenas han cambiado aquellas características previas al trauma.
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Pero en los seres vivos la resiliencia exige algo más. Cuando una situación oprime o desborda a un ser vivo, y a pesar de eso consigue superarla, algo cambia en esa vida puesta a prueba: habrá una huida o una confrontación con las nuevas circunstancias. Para que una u otra conducta, la que más convenga, triunfe y se mantenga en el tiempo, va a necesitar la aceptación de los otros organismos vivos semejantes a él, que sin sufrir directamente la experiencia estén dispuestos a asumir aquella nueva conducta por afinidad y conveniencia, es decir, por egoísmo.
Y en estas estamos ahora mismo la humanidad entera. Aunque sea solo por egoísmo deberíamos ser consecuentes y respetar las medidas propuestas para atajar el covid-19 que han sido ya probadas en los lugares donde hubo ataques infectivos previos. Ojalá alguien se lo recuerde a Trump.