Se ha repetido hasta la náusea la mentira piadosa del buen comportamiento general de la población española. Se oculta que se nos ha aleccionado a todos a vivir en una sociedad competitiva y hedonista, en la que se premia al individuo que se sitúa por encima de los demás a costa de lo que sea. "Es el mercado, amigo". ¡Qué pronto se nos ha olvidado que durante el confinamiento se tuvo que sancionar a más de un millón de adultos! Estamos en una sociedad insolidaria, y no vale poner paños calientes si queremos cambiarla.
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Es curioso que el vocablo 'buenista' se ha convertido en un insulto: o sea, que ser buena persona es sinónimo de fracasado, simple, bobo. Para sacar conclusiones solo hay que escuchar los insultos y respuestas de las personas a las cuales, de forma educada, he intentado pedirles que se pongan la mascarilla, o que mantengan distancia de seguridad.
Y luego, cuando se producen las consecuencias sociales de esta nefasta actitud, se ponen en la diana como culpables a inmigrantes, sindicalistas, personas consecuentes de izquierda, LGTBI, feministas, etcétera. Y sí, ya sé que hay bastantes personas que intentamos cambiar esto, pero se olvida que también somos responsables por no saber cambiar la ideología dominante.
Leí una anécdota sobre un político estadounidense que, ante una decisión difícil consultó a un asesor sobre cuál era la opción más correcta. Este le indicó cual era a su entender la mejor, pero el político decidió la contraria, que resultó un auténtico fiasco. El político despidió a su asesor, dándole la explicación de que estaba contratado no para tener razón, sino para convencerle antes de que se equivocara.
Y del emérito, ni hablamos...