Sufro, desde hace años, agravado por la postura delante del ordenador en el trabajo, de episodios de dolor, entre fuertes e insoportables, en las espalda y el cuello, una vez al mes, más o menos. La mayoría de estos episodios se pasan en el trabajo, a base de antiinflamatorios, analgésicos y ración doble de resignación, soñando con el fin de semana en el que podré hacer el reposo que mi espalda pide a gritos.
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Una o dos veces al año, eso no es posible y no me queda más remedio: pido la baja, anulado por el dolor.
Me gusta mi trabajo, pero la única razón de aguantar el dolor, a menudo terrible, es económico. Los tres primeros días no los cobro, y si la cosa se alarga, del cuarto al vigésimo día cobro el 60%.
Ahora, el ministerio de Igualdad ha decidido hacer caso a su nombre y hacer que mis compañeras mujeres, solo por el hecho de serlo, sean más iguales que yo y no tengan por qué sufrir mi martirio si les duele la regla. No digo que su dolor sea mejor o peor que el mío, pero ¿cuál creen ustedes que será el nivel de dolor que tendrán ellas, o yo, para catalogarlo de insoportable e invalidante?
Después nos preguntamos por qué ciertos discursos, de ciertos partidos, terminan calando entre la gente.