Por fin muchas personas en España podrán ver la luz al final del túnel. Personas que sufren, personas técnicamente vivas pero muertas en vida.
Entretodos
Personas que no desean continuar con la agonía y el dolor que supone estar postradas en una cama o una en silla de ruedas, sin valerse por sí mismas, y sin ninguna esperanza. Personas para las que, al fin y al cabo, el derecho a la vida es sinónimo de obligación de sufrimiento estéril e inhumano.
Si los objetores morales y los acólitos del nacionalcatolicismo desean sufrir, ser mártires de enfermedades crueles o autoflagelarse, que lo hagan, nadie les obliga a lo contrario, pero que dejen al resto (la mayoría) en paz y con el derecho a una muerte digna. No es ni más ni menos que eso, un derecho individual.
Con independencia de las vergonzosas burradas vertidas por la bancada de las derechas (resulta ya imposible discernir diferencias entre PP y Vox), la proposición de ley de despenalización de la eutanasia ha sido aprobada en el Congreso con los votos favorables de la mayoría de los grupos parlamentarios, salvo el de los susodichos.
Ahora espero que los plazos de tramitación parlamentaria de la ley sean breves y su entrada en vigor se produzca cuanto antes. Hay personas que no pueden esperar más.
Mi memoria y respeto para Ramón Sampedro, Fernando Cuesta, Maribel Tellaetxe, María José Carrasco (el caso reciente más mediático) y tantas otras personas anónimas que sufrieron la agonía de su enfermedad terminal o irreversible en abnegado silencio hasta el último segundo de su aliento.
Mi memoria y respeto para las personas que, lamentable e injustamente, siguen padeciendo esa terrible situación a día de hoy. Para ellas y sus familias se proyecta un haz de luz y de esperanza en el túnel del descanso eterno.