Viví y crecí en uno de esos polígonos. Mis padres llegaron desde Andalucía a finales de los 50 y hoy casi a mi cincuentena, he heredado la desconexión emocional con la Catalunya independiente que pretenden construir. En aquellos barrios se nos almacenaba para que no molestáramos. Los pocos colegios que teníamos estaban sobresaturados con 70 niños por clase y para colmo, teníamos que dar gracias al tirano porque nos había construido una escuela nacional católica. El ambulatorio, a 5 kilómetros y sin transporte público.
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Despreciados por el resto de la sociedad, por ser pobres e inmigrantes, nuestros padres y abuelos tuvieron que trabajar en lo más penoso del precario mercado laboral y tuvieron que luchar por tener equipamientos municipales, servicios sociales, medicinas y calles asfaltadas. Se consiguieron muchas reivindicaciones a base de lucha, de poner en riesgo la libertad y la vida y aquellos héroes contribuyeron a traer a este país esta democracia en horas bajas.
Es cierto que hoy gozamos de unos niveles de vida mejor, gracias a aquellas luchas interminables, pero también es cierto que lo conseguido está a punto de esfumarse por el interés de unos cuantos. Hay que seguir luchando para evitar que arrasen con todo. Hay que seguir luchando para que la enseñanza pública esté al nivel que merece una sociedad del siglo XXI, hay que seguir luchando por una sanidad como la que llegamos a tener en su momento y por evitar que acaben con el futuro de nuestras pensiones.
Es lo que aprendí cuando crecí en el L'Hospitalet de los 70. A los que nacimos sin nada, sin tan siquiera una patria que nos acogiera, solamente nos queda luchar para poder sobrevivir.